fecha de inicio | actividad | pais | lugar | desde - hasta | dias | km | km/ dia | comentario |
29.10.2013 |
bicicleta |
Venezuela, Colombia |
Ciudad Bolivar -Maicao |
9 |
1303 |
144 |
||
07.11.2013 |
bicicleta |
Colombia |
Maicao - St. Martin |
1.5 |
105 |
70 |
preparación de caminata |
|
08.11.2013 |
caminar |
Colombia |
Península La Guajira |
St. Martin - Punta Gallinas |
2.5 |
95 |
38 |
junto con Daniel |
total
| 13 |
1503 |
115 |
Desde hace más de un año que escucho a la gente como me advierte sobre la peligrosidad de las calles de Venezuela. Creo que tenían razón porque la seguridad ya no está en manos del gobierno. Durante el día puedes moverte, con cuidado, por las ciudades sin problemas. Pero por las noches es mejor no salir de casa. Además hay un factor añadido que hace aumentar la sensación de inseguridad al tener que llevar bastante dinero en efectivo encima porque el cambio, en el mercado negro, es 6-8 veces mayor que el que ofrecen los bancos. Afortunadamente los precios en los hoteles son bastante baratos y cuando no encontraba hoteles dormía bajo el amparo del ejército o de la policía.
Debo reconocer que tuve mucha suerte en el último trámite burocrático de esta aventura: el puente del lago Maracaibo. El puente no se puede cruzar andando y seguramente en bicicleta tampoco. Cruzar el lago en canoa era una temeridad ya que hay muchas plataformas petrolíferas en el lago y mucho tráfico de barcos y buques petroleros.
Así que cuando llegué sabía que probablemente no me dejarían pasar. Entonces decidí no pedir permiso y aproveché la confusión que se monta cuando los policías restringen el tráfico (primero en un sentido y una hora después dejan avanzar al otro) para pasar con mi bicicleta rápidamente por el punto de control del ejército. Seguí hacía delante aunque tras de mí escuché como alguien me gritaba.
Poco después, tres policías motorizados se pusieron a mi lado y me hicieron parar. Me estaban diciendo algo pero con el ruido de los coches y el viento no entendía nada. ¿Qué me podrían hacer? No había arcén donde hacer una parada de seguridad y tuvieron que parar el tráfico. Se estaba formando un gran atasco y al final decidieron irse.
Los conductores cuando me adelantaban tocaban sus bocinas, haciéndome notar su enfado. Pero también habían otros que me daban ánimos con sus gestos y sus gritos. Bajaban las ventanillas, asomaban la mitad de su cuerpo fuera del coche para hacerme fotos y filmarme... comprendí que no debían haber muchos ciclistas por aquí.
Nueve kilómetros después llegué al otro lado donde una patrulla del ejército ya me estaba esperando junto con un grupo de gente bastante agresiva. Yo me hice el loco y tras una serie de preguntas el soldado que no sabía que hacer me llevó con él a la base. De allí, con todo el jaleo, me largué a los quince minutos. Tuve mucha suerte. ¡Lo conseguí!
Venezuela, o mejor dicho sus habitantes, no me gustó mucho. Como en todos sitios hay gente fantástica pero tuve la sensación que hay menos que en otros lugares en los que estuve. Por fortuna, la madre Naturaleza estaba de mi parte, era como si me dijera:
- “tantas veces te he llenado de barro hasta los dientes, te envié fuertes vientos a golpearte la cara, te mojé hasta el tuétano, te hice pasar tanto frío que ahora... ¡vete a tu casa, tío!” y me regaló un viento a favor que hizo que mi bici volara.
Mientras pedaleaba intenté “camuflarme” como un venezolano para evitar que me robaran en los caminos solitarios. Iba con una bicicleta “de ciudad” y metí mi mochila en un viejo saco de arroz. El problema es que en un país donde el litro de gasolina está a 0,01 dólares americanos, nadie va en bicicleta. Así que cuando me veían, me decían: “¿Qué hay gringo?”. Me parece que mi plan por pasar desapercibido no estaba funcionando. Tampoco iba cómodo por la cantidad de cruces de caminos que había y por la mucha basura acumulada en los márgenes de las carreteras, además de perros muertos. No tuve motivos para parar así que fui a piñón.
Colombia.
Me informo sobre mi última etapa y sorpresa: ¡La península de la Guajira está inundada! De manera que regalo mi bicicleta en la primera casita que veo. Allí espero a Daniel, un polaco que viaja con toda su familia (¡¡dos niños pequeños incluidos!!) y con el que contacté por internet unos días atrás. Cuando nos encontramos, seguimos a pie.
A principio todo va bien; la carretera es buena, hay casitas bonitas, unas pocas nubes... El segundo día tuvimos que coger agua de una poza porque no sabíamos si podríamos encontrar más adelante.
Empieza a hacer mucho calor, vamos cortando camino entre cactus y nos metemos en una zona llena de barro. Mucha diversión pero poco progreso. Una gran suerte fue que en las casitas pudimos comprar agua, incluso encontramos una tiendecita en la que aprovisionarnos.
Última noche. Hacemos fuego, comemos bien y luego me estiro sobre la arena y me quedo mirando las estrellas. Perfecto. Una suave brisa, no hace frío, tampoco hay insectos tocando las pelotas... Ideal. Pero... la madre Naturaleza había reservado otras sorpresas para el final.
Entro en mi tienda . La cremallera ya no funciona pero tampoco me importa porque como no hay insectos la dejo abierta. Error. Me siento a comer unos caramelos cuando de repente veo uno de los caramelos moverse de un lado a otro de la tienda. Cojo la linterna y veo: ¡un escorpión! Empezamos a jugar al gato y al ratón. El escorpión moviéndose de arriba a abajo y yo “invitándolo” a salir de la tienda para poder matarlo. Era muy escurridizo y tras unos cuantos malabares dentro de la tienda conseguí que saliera y matarlo y poner fin a sus días.
Después me puse a dormir. Pero la gran sorpresa vino en mitad de la noche cuando empezó a llover en el desierto. No me lo esperaba y en poco tiempo mi tienda estuvo flotando como en una piscina.
Nos levantamos poco antes de la salida del sol y nos ponemos en marcha. No llevábamos mapas, íbamos por tierras desconocidas y optamos por el camino más corto hasta que aparece, ante nosotros, una gran laguna. Tuvimos que rodearla pero como hacía poco que había bajado la marea todo el terreno estaba embarrado. Las piernas se hundían hasta las rodillas y caminar se hacía muy difícil. Después de tres horas de esfuerzo sobrehumano aún nos encontrábamos más lejos de nuestro destino que por la mañana cuando nos despertamos.
Por fin, cuando el suelo es firme aceleramos el paso para recuperar el tiempo perdido. El GPS marca la distancia, cada vez menos. El corazón es un mosaico de emociones. La adrenalina me hace ir más rápido, poco a poco empiezo a ser consciente de lo que está sucediendo dentro de mí. Me pongo a escuchar mis canciones favoritas y me lleno de euforia.
Muchas veces, cuando miraba documentales de otros viajeros, me preguntaba porque lloraban cuando cumplían sus objetivos. Sentía curiosidad por mi propia reacción; ¿estaría feliz? ¿Triste? ¿Eufórico? ¿Nostálgico? ¿Me lanzaría al agua dando un grito de victoria? O ¿caminaré tranquilamente mientras me limpio las lágrimas de mis ojos?
El GPS me dice que estoy muy cerca de cumplir mi sueño. Me faltan unos cien metros para llegar al final. Tengo ganas de correr. Con Grazynka, mi fiel compañero, me adentro en la playa. Todo va como a cámara lenta. El momento tan deseado ya ha llegado y es como una explosión de sentimientos y emociones de todo tipo. Mi cabeza se llena de pensamientos, recuerdos. Por un lado está todo el esfuerzo, el tiempo dedicado, el miedo y el sacrificio que me ha costado este viaje. Pero por otra parte pienso que no fue tan difícil, lo más complicado fue mantener la motivación y me llevo una mochila llena de experiencias vitales, momentos extraordinarios, paisajes, la gente...
Unos pasos más y ya estoy en el mar. No puedo avanzar más. Estoy en el punto más septentrional de América del Sur; Punta Gallinas. Mi cabeza es consciente de este momento. Levanto los brazos como si hubiera marcado el gol en la final del Mundial de fútbol y grito como un animal.
Me siento en la orilla, reflexionando. Soy muy feliz. Mucho. No lloro. Por fin logré lo que siempre quise, terminé mi viaje de diez meses. Recorrí Sudamérica de sur a norte sin utilizar medios de locomoción motorizados. Hice realidad un sueño de hace nueve años.
El fin de una etapa significa el principio de otra. Cada viaje consta de tres partes: preparación, realización y la asimilación posterior. Creo que yo voy a vivir con mi expedición “Fuerzas de la Naturaleza” durante mucho, mucho tiempo.
La vida es maravillosa.
pais | dias | alimento | alojamiento pagado (numero) | permisos, admisiones | guias | equipo compra, alquiler | equipo y otras flete | *transporte | otro | total |
Venezuela, Colombia | 13 | $172 | (8) $62 | $3 | $0 | $5 | $0 | $0 | $9 | $251 |